La tristeza es como un barro primordial que mancha de forma indeleble todo lo que toca y en menor o mayor escala, cada uno de nosotros ya arruinó su trajecito blanco porque la vida misma es un charco insalvable. No hay quien escape de la tragedia de la mortalidad pero esto no es tan malo como podría parecer, ya que de esa encarnizada batalla por trascender emana la voz de las musas que exaltan la creatividad, lo cual a todas luces tiene sus pros y sus contras pues al final no es otra cosa que una evasión de la realidad, pero visto desde una perspectiva práctica, no hay mejor cura para esa tristeza inherente a estar vivo que la creación artística y al mismo tiempo es un pozo inagotable de inspiración para intentar lavarnos las manos mientras le damos cierta significación a nuestro andar terrenal.
En ese sentido el arte es catarsis pura, transfigura la tristeza en estética como si fuera un acto alquimista, es por eso que en toda expresión artística podemos rastrear los pasos lodosos de la melancolía, desde las pinturas rupestres hasta las expresiones multimedia que actualmente están en boga, digamos que la creatividad se adapta y evoluciona pero siempre alimentada por aquel sentimiento primario. La obra de Nicholas Edward Cave puede ser perfectamente comprendida bajo esta perspectiva, desde aquellos convulsos años ochentas cuando Wim Wenders se quedó prendado de su figura siniestra y de su sonido post punk al grado de darle un rol pequeño pero definitivo en su película de 1987 “Der Himmel über Berlin” (Las alas del deseo), en la que se interpreta a sí mismo como cohesionador de la historia, que como un pequeño dios urbano determina con una canción los destinos de los personajes, hasta llegar a estos días en los que es considerado una leyenda viviente por su talento, personalidad y aparente desprecio de la fama, que no determina en ningún sentido la comunión que tiene con sus seguidores o el rumbo de sus proyectos.
Cave siempre ha sido un hombre que busca un sentido: en su infancia a través del Dios del Antiguo Testamento, después la música, con las drogas y finalmente, en su madurez, mediante un proceso creativo sumamente personal que es el resultado de toda su experiencia, pero siempre buscando explicar su fragilidad creando paradigmas que encantaron incluso al mismo Johnny Cash, quien en su autobiografía señala que el australiano además de ser su amigo es uno de los compositores más talentosos que conoció. En esos 57 años de viaje ha transitado por los caminos de la rabia y la inconformidad juvenil, por el nihilismo, el vacío existencial, la desesperanza hasta llegar a un existencialismo “camusiano» en el que a pesar su tristeza omnipresente disfrutaba el momento.
Esto último se refleja a la perfección con tres de sus producciones recientes, en las que pienso como “La tríada de la esperanza”, me refiero a su disco “Push the Sky Away”, a su libro “The Sick Bag Song” y a su documental experimental “20,000 Days on Earth” que están hermanados por un sentimiento de aceptación, como si después de tantos años de estar nadando a contracorriente hubiera encontrado un punto perfecto para remontar su viaje, fluyendo pacíficamente por aguas cristalinas en las que el miedo a lo desconocido o el constante remordimiento por los errores cometidos se desvanecen, dejando ante él solamente presente, su familia, su arte y todo eso que se oculta detrás de la figura mediática, por lo que en conjunto pueden considerarse como un manifiesto de su evolución espiritual, a través del cual invoca a la esperanza dormida en el fondo.
El tema que le da nombre al álbum lo dice todo: “I got a feeling I just can’t shake, I got a feeling that just won’t go away. You’ve got it, just keep on pushing and keep on pushing and push the sky away”, se trata de un mantra para mantener a raya a la melancolía, para dejar paso a una transfiguración con la que revalora su existencia, esto enmarcado con su sonido particular pero dotado de elementos como el free jazz o ritmos más apegados al pop que son una muestra sónica de esa nueva postura ante la vida. Mientras que el libro es una oda al amor propio, que nace de la historia personal y que se convierte en un puente para acercarnos a nuestros seres queridos y regresar a nuestro centro llenos de vida en un proceso casi místico: “El mito es la verdadera historia. No dejen que les digan que no hay monstruos. No dejen que los hagan sentir idiotas porque son felices jugando con su linterna en la oscuridad. El mundo místico depende de ustedes y de su tolerancia a lo absurdo. ¡Sean felices, queridos míos, y crean!”. Y en ese sentido va también el documental en el que podemos ver el lado más íntimo de Cave y el más vulnerable también, mientras nos cuenta sobre su trabajo, quién es y dónde está parado, para ello hace un recorrido por su pasado que lo lleva a confrontar a sus fantasmas y a hacer las paces con ellos, reflexionado sobre la sabiduría que trae consigo el tiempo: “I think there’s definitely traps for people who grow older. One is nostalgia and writing nostalgically. I’m very aware of that. That idea that you don’t have a present that’s worth writing songs about, all you have is a past. I don’t believe that.”
El momento cumbre de la cinta nos presenta a un Nick Cave relajado y comiendo pizza con sus hijos mientras ven la televisión, ese escena resume todos sus motivos, sin embargo, a mediados de este año uno de esos jóvenes murió en un extraño accidente en el que según información reciente estuvieron involucradas las drogas, lo cual significó para el cantautor un golpe demoledor, pues él decidió que el mejor lugar para su familia era en la campiña inglesa, lejos de todo el caos de las grandes ciudades en donde sus vástagos pudieran crecer en contacto con la naturaleza y con una existencia tranquila, pero al final la tragedia de la mortalidad lo alcanzó.
Derivado de este suceso, esa etapa esperanzadora se quebró siendo sustituida por su nuevo disco “Skeleton Tree”, que probablemente sea el más descorazonador en su producción, es como si hubiera regresado todo el camino recorrido sólo para refugiarse en el charco de lodo más espeso que pudo encontrar, es cierto que varios de los temas fueron compuestos antes del deceso de su hijo, incluso algunos ya había sido grabados pero a pesar de ello el álbum tiene un aura fúnebre y melancólica que subyace en temas como “I need you”: “Never felt right about, never again cause nothing really matters, nothing really matters anymore, not even today. No matter how hard I try when you’re standing in the aisle”, en cuyo video podemos ver a un hombre roto y derrotado que se encuentra librando una batalla interna entre salir o ahogarse en el barro, no es que sea un disco tributo a la memoria del joven, pero su fantasma está ahí.
Y este podría ser un punto de no retorno para el australiano, la pérdida que sufrió y en el momento que la sufrió serán determinantes en su nueva transfiguración, aunque sin duda tendrá que sacrificar mucho de lo conseguido sólo para recuperar el balance, pues a pesar de todo lo que hizo para llegar al solar de “la tríada de la esperanza” se encontró de frente con la muerte en su encarnación más brutal, en la que la sangre del hijo es derramada a consecuencia de las decisiones del padre, como si La Segadora hubiese regresado a cobrar viejos favores cuando se pensaba que ya todo estaba pagado, y ya no se irá de su lado, puede que la convierta en su aliada o puede que la convierta en su enemiga, pero el Nick Cave que conocimos ya no existe, se ha convertido en un charco de lodo.