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Velas (Fragmento)

«Velas» de Alfonso Vila Francés es una novela de piezas sueltas que el lector tiene que encajar. Es editada por Barrett, una editorial pequeña pero muy ambiciosa de Sevilla. Llevan pocos años y han editado a dos músicos españoles. La novela de Joan Miquel Oliver, un músico del grupo «Antonia Font» (grupo de Mallorca, que canta en catalán mallorquín), y la novela gráfica de Miguel Ángel Blanca, del grupo «Manos de topo».  Ahora presentamos dos fragmentos de «Velas» la primera novela de Alfonso Vila Francés una historia de amor, de música y de amor a la música.

LOVE IS A GHOST…

¿Cómo sigue?

Ya no me acuerdo.

La he cantado tantas veces. Te la he cantado a ti. Sí, Peter sí. Muchas veces. ¿Ya no te acuerdas? En la furgoneta. En tu coche. En la cama del hotel. En el avión. Siempre muy bajito. Susurándote al oído, besándote las mejillas, mordisqueándote la nuca con cuidado mientras los demás duermen… Tú no te dormías nunca en el avión. Y algunos viajes eran largos. Nos cantábamos canciones en voz baja, acercando nuestras cabezas.

Se acabó. Todo esto se acabó.

Puedo mover los labios pero ya no cantó. No hay música. Se ha roto la melodía. El ritmo es irrecuperable. Las notas son manchas inútiles, manchas perdidas entre manchas de moho y gotas de sangre seca.

Los aviones vuelan pero nadie canta en la noche.

Queda la ciudad.

Vacía.

Y un fantasma que anda. Un fantasma que recuerda el lugar donde murió.

¿Por qué fui al Velvet? ¿Por qué pasé por tu barrio, por tu vieja casa? ¿Por qué no continué donde estaba, bajo tierra, en mi fosa fría?

Ando. No como. No bebo. No duermo. Sólo ando. ¿Dónde voy? Mis pies me llevan. Peter y yo conocíamos estas calles. La ciudad era nuestra. La ciudad era nuestro escenario, nuestro público, nuestro escondite. Cantábamos por las calles. Nos besábamos en los portales. Gritábamos y nos abrazábamos. El horror. El frío. Su semen caliente. Un papel con un teléfono. Una colilla compartida. Un charco de pis. Conocíamos estas calles y estas calles nos conocían.

Ahora no.

He vuelto a todas las tumbas. Esta ciudad es un gran cementerio.

He vuelto para ver que las tumbas siguen cerradas.

He ido al Velvet. La tumba estaba cerrada. He ido al local donde ensayábamos al principio. Ahora es un garaje. De allí salió la moto de Olga. Hasta he pasado por delante de tu casa. Pero no me he atrevido a llamar. La última vez que pasé por aquí, alguien había puesto un cartel de “Se vende” en el balcón. Para mí ésta siempre será tu casa. ¿Y si llamo y les digo a los nuevos dueños que yo antes vivía ahí. ¿Y si me abren la puerta? ¿Sabrán los nuevos dueños quién fue Peter? ¿Conocerán sus canciones? Esta casa está maldita y la deberían demoler. O no. ¿Por qué hay que tapar el dolor? Los lugares permanecen, los muertos se olvidan.

¿Por qué te quise? ¿Cómo pudo pasar algo así?

(…)

Mi madre se enteró de nuestro éxito. No éramos un grupo comercial. No salíamos en la televisión y eran muy pocas las emisoras de radio que programaban nuestras canciones. Hacíamos ruido. Gritábamos hasta quedarnos afónicos. Nos peleábamos. No éramos de fiar. Pero la sala se llenaba. Se llenaba siempre. Y luego, en la calle, el público cantaba nuestras canciones. Alguien compraba nuestro disco y lo grababa a todos sus amigos. Todo el mundo tenía una cinta nuestra en su coche. La gente hablaba. Los rumores se extendían. A nuestros conciertos acudían escritores y directores de cine. Los estudiantes con dinero se mezclaban alegremente con los macarras y las putas. En las oficinas de la discográfica nos presionaban, de manera que empezamos a no asistir a las reuniones. Y no pasó nada. El disco continuó vendiéndose en las tiendas, el teléfono continuó sonando y por todo el país había carteles anunciando un concierto nuestro. ¿Quién movía los hilos? Olga no. Olga no estaba para nada. Tomás y Marcos tampoco. Ellos iban donde los llevaban. Ellos consideraban que hacían bastante con llegar a tiempo y en buenas condiciones al lugar de recogida. Peter decía que todos los ejecutivos de la discográfica eran unos idiotas, que no necesitábamos ningún representante, que él podía planificar perfectamente una gira. Pero la verdad es que era un desastre. No tenía paciencia ni sentido del orden. No recordaba a quién tenía que llamar ni dónde había dejado las facturas. Siempre terminaba por llamar a la discográfica y pedirles que enviaran a alguna persona de confianza. Y extrañamente los de la discográfica siempre enviaban a alguien. Supongo que debían ganar mucho dinero con nosotros. Por lo menos nosotros podíamos continuar haciendo lo que queríamos. Y nunca nos faltaba nada.

Así que mi madre debía pensar que estábamos forrados. La habían despedido y se pasaba el día bebiendo. Tenía la nevera vacía pero no quería el dinero para comprar comida. Quería el dinero para continuar bebiendo a mi costa. Me amenazó con denunciar a Peter. Faltaban menos de dos meses para que cumpliera los 18. Cuando se fue Peter vino a mi habitación y me vio llorando. Jamás había llorando delante de él. Se sentó al borde de la cama. Me abrazó. No me preguntó qué quería mi madre. La había dejado entrar porque no quería problemas, pero era evidente que suponía que no había venido a nada bueno. Estuvo un momento sentado junto a mí, en silencio. Luego se levantó y se fue. Yo dejé de llorar y salí al comedor. Peter no dijo ni una palabra.

No entendí porqué mi madre no volvió a la semana siguiente. Ella sabía que pronto iba a acabársele el chollo. Pero no volvió. Peter se encargó de ella. Pero lo hizo discretamente. Yo no sospeché nada.

Mi madre le odió a muerte.

Alfonso Vila Francés

 

El individuo conocido como Alfonso Vila Francés nació en Valencia, España, en 1970 y desde entonces ha ido acumulando vidas, más o menos como todo el mundo, de una manera caprichosa y desordenada. Tiene muchos defectos pero sólo dos vicios: la literatura y la fotografía. Todos los días se pregunta cuál de los dos es más nefasto y nunca se pone de acuerdo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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