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Jimena González, nuestros nombres

¿A qué edad comenzamos a nombrar las cosas, cuando las primeras palabras tienen que ver con el miedo o son llanto? ¿A qué edad nombramos las cosas con el verdadero nombre que deben tener? A veces nunca en esta vida. «Nada sé, excepto que no dejaré de escribir, porque es ahí donde me encuentro a mí misma: en la poesía. Donde todo puede ser nombrado y traído a la existencia.” Le dijo Jimena González a Luna Miguel en Playground.

Las Otras un poema que debemos completar con los nombres que caben en los espacios en blanco para que encuentren su lugar y no vuelvan a ser olvidados: «Para que no deje / de retumbarnos / en la cabeza / hasta que gritemos.»  Jimena González con 18 años ha comenzado a nombrar las cosas para hacerlas existir, su voz tiene la denuncia, las dudas y la fuerza de cuando se dice algo por primera vez y la trascendencia de permanecer en la memoria: «Alzo la voz para no negarnos, / porque tenemos nombre / y no dejaremos que lo olviden.»

 

 

Las Otras

Nota: Puedes intervenir este poema con los nombres de las mujeres de tu familia (la sanguínea y la elegida). Tu nombre si es necesario. Los espacios en blanco son para ti. Este poema es de nosotras.

Las mujeres de mi familia,
familia de mi padre,
siempre son “las otras”;
no tienen nombre propio
cuando son evocadas
por sus mal llamados
amantes.

Todas _______,
llorando manchas violeta
ocultas en el cuello.

Todas _______
esperando,
que Benito
deje a su mujer,
deje de beber,
deje de vivir.

Por el lado “de la Luz”
mis raíces son mujeres
adornadas de “des”
mujeres desesperadas,
despechadas, desgraciadas.
Pero nunca, nunca
nunca des-enamoradas.

Escribo
para sanarme, para sanarlas,
para ser algo más que víctimas,
alguien más que “algo”
mucho más que “otras”.

para desarraigar la competencia
con la que nos adoctrinaron

Escribo para aprender que
amamos mucho y a muchos,
y no es motivo de vergüenza.

Que deseamos a muchos,
los deseamos mucho.
Y eso nunca debe doler.

Porque vengo de una familia
de mujeres que se sienten obligadas
a reírse de los chistes ofensivos
de sus maridos ebrios.

De mujeres encerradas y silenciosas;
escribo para enseñarles a gritar,
para arrancarles del alma
el “tú, te callas”.

Escribo por mi abuela ________,
para que reencarne en bailarina
Por mi tía, ________ para que no vuelva a llorar
para que no le duelan los huesos.

Para que mi abuela, ________ , deje
a mi abuelo, muchas veces más
Y tenga novios,
muchos, muchas veces más,
que siga escribiendo poesía
y ya no tenga miedo
de mostrar sus pechos.

Grito por las rodillas sangrantes
de mi bisabuela________ ,
haciendo mandas a la virgen
para que reencarne
en el mar de Guerrero
y tire los altares de un tsunami.

En mis pies enredo sus raíces
y en mis manos sus nubes
para que ________ no vuelva
a donde no la quieren
y ________ se canse de________,

para que el dolor se vaya
con la facilidad con que
nuestros padres se fueron.

Para no volver a ver
mi cuerpo de 11 años
tirado en la cocina
pidiendo perdón.

Por no darle de comer
a mi abuelo de nuevo
con sus ojos de lascivia.

Y para no defender la pureza
de falsos profetas consanguíneos
que me apretaron el pecho
hasta romperme.

Para que ningún malnacido
vuelva a restregar su cuerpo
en las piernas de mi prima
cuando vuelve de la escuela.

Y romper el maldito
maldito círculo vicioso
de los “secretos de familia”
manchados de pedofilia,
incesto, golpes y sangre.

Para que todas
podamos ser nombradas:
________
________
________
________

Para que no deje
de retumbarnos
en la cabeza
hasta que gritemos.

Alzo la voz para no negarnos,
porque tenemos nombre
y no dejaremos que lo olviden.

 

Rezo

Le recé
a tus labios de medusa
a mi pierna enredada
en la tuya,
a tus ojos almendra
a tus ojos, a mi abuela
son lo mismo.

Le recé
a tu pulgar, carne molida
a tus uñas cortadas/crecidas
con los ojos cerrados
con las piernas abiertas

A los cerros incendiados
apagados con curados
de piña,
rezo con las rodillas dobladas
en el piso mojado del baño,
dejo mis calzones como ofrenda

Recé
con los ojos cuarteados
de tu ausencia/presencia
de nuestro amor sin apego

Intercambio de ojos,
lámpara en el iris,
recé
a tus manos secándome la espalda
a las mías haciéndote una trenza.

Rezo a todas las veces
que no nos quitamos las calcetas
que no me quité la falda
que no te quitaste la camisa

A tu antebrazo
enredado en mi cintura,
el ritmo de tu respiración
los espasmos de tus piernas
mientras duermes
rezo porque
sólo cuando duermes
pareces tener miedo

Y yo tengo miedo
todo el tiempo
miro al techo,
atenta a los ruidos
lloro tu clavícula
lloro tus orejas
no puedo dormir

Y tú despiertas/ y dices:
“imagínate todos los días
a las once de la mañana”

Rezo por las seis caguamas
colocadas en tu mesa,
a tus cortinas blancas
a los hilos decolorados de tu pelo

Al bebé sobre el que pasé
cuando salí de tu casa
a escondidas

A tu gata, la más gorda
que se pone panza arriba
cuando quiere
que la toque

A todas las fotos de tu madre,
de tu sobrino, de tu hermana
a tus fotos de chiquito

Te invoco desde lejos,
como la bruja que te soy,
como la bruja que te sé

Como huésped de este templo:
con pintura rosa
que se desprende de la pared
como las capas de mi piel
en cada nueva expedición

Ay, mi amor
le rezo a tus pies
a tus manos grandes
A los miércoles
y los martes

Al espacio que existe
entre la primera y la segunda
de tus puertas

A tu forma de encender
todas estas velas

A tu lengua
fuego rosa
y fuego que roza
y fuego

Hoguera

A cada andén,
a las puertas
que no nos dejan
entrar

A cada Edén
con puertas
que sólo podemos
mirar.

 

Cuarenta y seis.

I.

La primera vez que sentí dolor
Papá me cargó como se carga a San Judas
Y dijo que nada de eso -nada de eso-
Era mi problema

Cuando el ser adultece socialmente
Deja de prestar atención
A la piel cuando se inunda

Cree barrer toda el agua
Con formalidad
Y mentiras amables:
«No pasa nada»
«En un ratito llego»
«Ya sabes que te quiero».

 

II.

 

Las últimas veces que sentí dolor
Ya se podía medir con puntos
Y yo tenía cuarenta y seis

Me convertí, entonces,
En una casa con goteras
Bajo una lluvia de ansiolíticos

La memoria tiene tres pasos:
Codificación
Almacenamiento
Recuperación

A veces el último falla
A eso se le llama olvido

Por motivos del clima
-De esa lluvia que ahogaba-
Olvidé,
y el dolor me llegó hasta el alma

Tiré mi cráneo sobre sus rodillas y tuve
Una revelación súbita del lugar que ocupaba:

Yo era un vidrio
De esos que rompen
Los rayos de luz.

 

 

 

Jimena González

(Ciudad de México, 2000). Joven escritora que ha participado
en eventos de poesía en voz alta en la Ciudad de México. Es parte del Colectivo POM y becaria del Centro Transdisciplinario Poesía y Trayecto.

Su escritura desnuda la existencia humana; evidencia el caos, heridas, luz y sanación. El año pasado publicó su primer poemario-fanzine en Editorial Versonautas. Luna Miguel escribió una nota en la plataforma web PlayGround, donde la define como la escritora más joven de México.

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